Este espacio dedicado a la inteligencia social permanecerá cerrado por vacaciones desde hoy viernes 14 de agosto hasta el próximo lunes 7 de septiembre. Gracias por visitarnos.
Un lugar interdisciplinario para el análisis de las interacciones humanas. Por José Miguel Valle.
viernes, agosto 14, 2015
jueves, agosto 13, 2015
El tedio no mata, pero te desangra
Obra de Hossein Zare |
No hay ni un solo ejemplo en la
historia de la humanidad en el que alguien haya creado algo valioso mientras
bostezaba. Es la constatación del valor declinante del aburrimiento, de cómo nada destacable se domicilia en sus calles. Aquí conviene matizar rápidamente que no es lo mismo estar aburrido que ser
aburrido. Se está aburrido cuando nada nos magnetiza. Se es aburrido cuando uno
posee la capacidad de provocar lo anterior en la gente que está a su lado. Recuerdo haber escrito en el libro La educación es cosa de
todos, incluido tú, que «el tedio no mata, pero te desangra». El tedio es la
acepción noble del aburrimiento, más hipertrofiado, más enraizado, del mismo modo que el hastío es la acumulación y el consiguiente
hartazgo del propio aburrimiento, su peligrosa cronificación y su encarnación en hábitos sentimentales que devienen en pautas de comportamiento. En esta geografía léxica
hay otra palabra que no se puede olvidar: esplín, el tedio que provoca la
experiencia de vivir. El término lo popularizó el gran Baudelaire con El esplín de París: pequeños poemas en prosa. Sería algo así como tedio existencial, el aburrimiento de verse centrifugado por la nulidad y el sinsentido de las cosas. Imposible no citar aquí también la naúsea de Sartre.
El tedio es la consecuencia de una profunda inhibición. La incapacidad
para movilizar entusiasmo en una dirección al no encontrar estímulos para ello ni
allí ni momentáneamente en ninguna otra parte. Uno sí puede dirigir cierta cantidad de energía y llevar
a cabo una actividad mientras le embarga el aburrimiento, instalarse en el sudor laboral, incrustarse en la monotonía de que las cosas sucedan sin que suceda nada, pero no puede
entusiasmarse, y sin entusiasmo es díficil activar las palancas
verdaderamente creadoras. El sopor no es no hacer nada, sino hacer algo sin que
proporcione ninguna gratificación. La ausencia de recompensas de la índole que sean nos marchita, nos atrofia, clausura la inauguración diaria del yo, la alegría que debería suponer desprecintarse con cada nuevo amanecer y curiosear qué nos deparará el día. Si la pereza mata lo posible, el tedio lo menosprecia, y hurta el brillo de cualquier actividad. Es la miopia que impide contemplar estímulos en el exterior
porque se han eliminado las motivaciones en el interior. El cerebro aburrido fabrica esquemas
interpretativos con los que borra todo interés del horizonte. Si la desidia es la escasez de predisposición, el
aburrimiento niega que la predisposición sirva para algo. Cortocircuita
el acceso a los canales de la motivación y por tanto ni inventa proyectos ni da forma al futuro. Al contrario. Embalsama el presente. De repente el tedio
convierte el tiempo en una larga fila india de horas muertas, horas que parecen exceder
abrumadoramente los sesenta minutos. El tedio hace real esa soporífera contradicción
en la que se necesita mucho tiempo para que pase un poco de tiempo. A mí me gusta repetir que la
tristeza todo lo que toca lo convierte en alma. El tedio todo lo
que toca lo convierte en un tanatorio.
Artículos relacionados:
Solo se aprende lo que se ama.
Más atención a la alegría y menos a la felicidad.
El entusiasmo (reseña del ensayo de Remedios Zafra).
Artículos relacionados:
Solo se aprende lo que se ama.
Más atención a la alegría y menos a la felicidad.
El entusiasmo (reseña del ensayo de Remedios Zafra).
martes, agosto 11, 2015
Escuchar es vivir dos vidas
Obra de Marcel Caram |
Hace ya tiempo le pregunté a mi sobrina, que entonces sumaba siete años, qué diferencia existe entre escuchar y oír. Quería demostrarle que son dos verbos con significados muy distintos que sin embargo a veces empleamos erróneamente. Me contestó que escuchar es prestar atención a lo que se oye. Me dejó tan atónito que no agregué nada. Escuchar es un acto intencionado, oír, no, y en esa intención descansan todas las virtudes empáticas de la escucha. El refranero nos recuerda con conmovedor optimismo que «hablando se entiende la gente», pero yo creo que debería modificarse por «escuchando se entiende la gente». Realmente deberíamos aproximarnos a realidades más veraces matizando que «escuchando se puede entender la gente, y a veces así tampoco». En la novela El mundo que deslumbra de la gran escrutadora del alma humana Siri Husvedt se afirma taxativamente a través de uno de sus protagonistas que la mejor estratagema para seducir consiste en escuchar. «No pretendo ser un cínico cuando digo que escuchar es la primera regla de la seducción», comenta un personaje al recordar cómo se ligó a su pareja. Nada nos magnetiza más que una persona nos conceda su tiempo, nos preste sus oídos y nos empuje ligeramente para facilitar que de nuestros labios salgan palabras abrazadas a otras palabras. Quizá sí hay algo que nos atrae más, y es que el que nos escuche nos regale un halago, esa caricia que sobreexcita al ego, siempre que esté bien fundado y sea merecido. Escuchar es seductor, escuchar permite conocer información novedosa frente a la que uno pueda aportar que ya se la sabe de memoria, escuchar está muy bien retribuido sentimentalmente, escuchar es la única forma de documentar el alma de nuestro interlocutor. Escuchar de verdad es vivir dos vidas a la vez.
Artículos relacionados:
La escucha activa.
Empatía y compasión, primas
Pero, una palabra para echarse a temblar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)