miércoles, abril 30, 2014

¿Te ha pasado alguna vez esto?

Cuando escribí "La educación es cosa de todos, incluido tú" me dio por alumbrar reflexiones empaquetadas a modo de ley de Murphy. Luego se convirtieron en una sección propia de cada uno de los treinta y tres epígrafes que conforman el manual. Escribí muchísimas, toneladas de frases depositadas en cuadernos de una caligrafía calamitosa. Aquí os paso algunas de esas cientos de frases que finalmente no acabaron acurrucadas en las páginas del libro. Al repasarlas hoy, la pregunta es pertinente. ¿Te ha pasado alguna vez esto?


1. Un plan es una manera de posibilitar que el tiempo te deje en ridículo.
2. La incertidumbre aumenta a medida que piensas en ello.
3. Una persona insegura es aquella que siempre le da la razón al que le lleva la contraria.
4. De todos los acontecimientos posibles, ocurrirá el que no se te pasó por la cabeza.
5. Ninguna solución es buena cuando el problema es tuyo.
6. La ley de Murphy sólo se equivoca cuando te perjudica.
7. Todo requiere mucho tiempo salvo la aparición de problemas.
8. Si siempre dices que todo va a salir mal, será raro que alguna vez no aciertes.
9. Puedes ir lo más posible deprisa al lugar más lejano posible, pero cuando llegues la realidad ya estará allí.
10. Toda explicación convincente engendra malinterpretaciones igual de convincentes.

www.laeducacionescosadetodos.com

lunes, abril 28, 2014

¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?

¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? ¿El enriquecimiento codicioso de una minoría selecta constituye la mejor vía para el bienestar de todos? ¿Actuar de un modo egoísta ayuda a los demás? El gran Zygmunt Bauman contesta estas preguntas en su último ensayo (Paidós, 2014). Su tesis es muy clara y ya la ha esgrimido salpicadamente en toda su obra. Existen unas estructuras económicas que permiten el enriquecimiento vergonzante de una élite muy minoritaria (las diez personas más ricas del planeta atesoran la misma riqueza que los 2500 millones de personas más pobres, por poner un ejemplo). Esas estructuras perpetúan una desigualdad que convierte la vida en una selva, pero además subrepticiamente nos empujan a pensar la realidad «con» ellas, en vez de pensar «en» ellas.

Hemos convertido la vida en un juego de suma cero en el que las personas abandonamos esta noble condición y adquirimos la de encarnizados rivales en una competición donde la única consigna es sálvese quien pueda (para encontrar trabajo y sostener a cualquier precio la supervivencia y no caer en el autoinculpado bando de los pobres severos o de los excluidos). Según Bauman (y es el momento más luminoso del ensayo), hemos trasladado patéticamente el modelo de relación sujeto-objeto a las interacciones entre los seres humanos para perpetuar esos postulados económicos cuyo único objetivo es optimizar el lucro de una minoría a costa de todo lo demás. Para mantener incólume ese fin con el que medran unos pocos se han promocionado acríticamente axiomas que nos han hecho cosificar al otro para competir con él en vez de edificar una convivencia basada en la cooperación y sus grandes aliados: la confianza, la reciprocidad, la empatía, el amor, la amistad, la generosidad, la degustación del otro, la certeza de que la persona que tengo a mi lado es equivalente a la mía y la necesito para completarme y ser feliz. Todos estos valores son un estorbo para el credo económico que rige a machamartillo nuestras vidas. Surge la sangrante paradoja: lo que consideramos esencial para ser persona es irrelevante para la lógica económica, que sin embargo tenemos que acatar para poder vivir. Vivir de este modo es un atentado contra la propia vida. Sí, no queda más remedio que aceptar que este mundo es un mundo desquiciado. Por eso hay que intentar refutarlo. Y como concluye Bauman: «intentarlo una y otra vez y cada vez con más fuerza».

La ética y el beneficio económico




Se suele decir e incluso escribir con una frecuencia preocupante que ser ético proporciona beneficios a largo plazo. Se promociona la conducta ética señalando su utilidad financiera. Este tipo de divulgación propone una instrumentalización de la ética, subordinar el mapa de nuestro comportamiento a la búsqueda del beneficio económico, monetarizar la mejor forma de relacionarnos con nuestros congéneres y desplegarla no como una encarnación de nuestra persona en nuestra conducta, sino como una táctica para aumentar la cuenta de resultados. Aparte de esta institucionalización de la ética como activo estratégico, defender que la ética proporciona beneficios es una afirmación muy atrevida. Si la ética aumentara los márgenes de beneficio, no haría falta implantar ningún manual de buenas prácticas en las corporaciones. La congénita optimización del lucro llevaría intrínsecamente a una alta resolución ética, al traer adjuntado, según los prescriptores de esta tesis, un incremento en el balance del ejercicio anual. Nadie nos recordaría a todas horas que hay que ser éticos.

Ensamblar en una misma oración ética y beneficios pone en entredicho la propia dimensión ética. El impulso ético debe instaurarse en el comportamiento no porque la ética aporte réditos, sino porque consideramos al otro como un igual que merece el respeto que nosotros nos concedemos a nosotros mismos. Actuar conforme a unos estándares en el que el otro es un fin en sí mismo y no un medio para maximizar la obsesiva cuenta de resultados. Recuerdo haberle leído a Savater que al entrenarse la práctica ética, se renueva el impulso de considerar al otro como un fin y no como un instrumento de nuestros apetitos, sobre todo los crematísticos, añado yo. El pensamiento ético incluye a los demás en las deliberaciones personales y los trata como sujetos poseedores de una dignidad intocable.  Hace unos años en una reputada escuela de negocios de París no tuvieron mejor ocurrencia para estimular el uso del compartimiento ético que llevar a sus aulas a empresarios que habían sido encarcelados por vulnerar la ley. Querían educar ejemplificando las consecuencias de no ser ético y para ello nada mejor que los alumnos lo dedujeran por sí mismos del testimonio de quien lo había padecido en carne propia. Al hacerlo cometían una gigantesca torpeza. Confundían la ausencia de ética con la comisión de un delito.