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martes, mayo 04, 2021

Una sonrisa tuya bastará para desarmarme

Obra de Didier Lourenço

La sonrisa ocupa un lugar de honor en el repertorio de pautas de comportamiento de salutación. Los rituales de saludo son centrales para predecir a quién tenemos delante, qué intenciones alberga, qué espera de nosotros. Sondear un rostro es documentarnos acerca de quién habita en esa interioridad de enigmática intransparencia, hacer minería de datos que nos informe rápidamente de las especificidades del entramado afectivo de la persona con la que interactuamos. La sonrisa colabora en este rito de predicción y conocimiento. Se trata de un movimiento expresivo que guarda una biológica función conciliadora dentro de la dramaturgia social, acertadísima expresión del sociólogo Erving Goffman, que tanto estudió la microactividad ritual humana. Al sonreír nos mostramos favorables para alguien, exteriorizamos un gesto que pronostica acogimiendo, activamos un potente mecanismo de relación entre dos o más cerebros al anunciar que quedan alisadas las áreas de posibles fricciones. Los rictus en la cara son recursos comunicativos que solemos emplear de modo involuntario, unidades de información que transmitimos a nuestros interlocutores sin necesidad de pronunciar recurso discursivo alguno. La sonrisa no habla, pero dice muchas cosas. 

Si no cae en deformaciones cínicas ni amargas ni instrumentales, la sonrisa sincera introduce proximidad y vínculo en la configuración del encuentro. Comunica que habrá un trato cortés y diligente. La sonrisa es la ritualización de las intenciones no solo pacíficas, sino las más sofisticadas de amabilidad y atención. Cuando la sonrisa coloniza la región facial está declarando que nos alegramos de ver a una persona, que encontrarnos emana  congratulación. Es una herramienta paralingüística destinada a hacer saber a nuestro interlocutor que será escuchado y atendido de un modo agradable y bien pensado. Es el gesto con el que se agasaja a las personas para que se consideren bien recibidas, la puerta que les abrimos para que pasen sintiéndose bienvenidas. La otredad deviene en huésped de una interacción que se define y vaticina como grata. Con la sonrisa se realzan los pómulos, la mirada se ensancha, los ojos se abren y se iluminan, la curva carnosa de los labios se estira hacia arriba. Como la sonrisa es contagiosa, sonreír a alguien aumenta las posibilidades de que nuestra sonrisa sea devuelta con otra sonrisa. La sonrisa promociona la socialización. Existe un proverbio chino que avisa con sensatez que si alguien no sabe sonreír ni se le ocurra poner una tienda.

Resulta ilustrativo y a la vez alentador que en las encuestas sobre qué nos gusta de las personas, los aspectos que más valoramos de ellas sean la amabilidad y el sentido del humor. Nos gusta estar con personas con las que nos sintamos bien y nos hagan reír. Nuestra socialidad está tan enraizada biológicamente en nosotros que nos encantan las personas risueñas, pero tendemos a segregarnos preventivamente de las hurañas, o de las que moran la realidad con irascibilidad y suspicacia. A la hora de elegir entre personas que tienen el rostro atropellado de sonrisas y aquellas que lo ensucian con su ausencia, no cobijamos ninguna duda. En ocasiones decimos de alguien que su sonrisa nos desarmó. Que la sonrisa nos desarme explica que dejamos de ser imperturbables, indiferentes, inmisericordes, contraempáticos, descorteses, esquivos, hoscos, competitivos, nos desprendemos de los instrumentos de prevención y defensa que utilizamos creyendo que así la vida de los demás no generará gravosas interferencias en la nuestra. Cuando la reverberación de una sonrisa nos desarma emergen los sentimientos de apertura al otro y se activan los centros de recompensa del cerebro. Nos autogratificamos y a la vez allanamos la convivencia. Pocas acciones delatan tanta inteligencia. 

 

 (*) Este sábado 8 de mayo participaré con la conferencia "La alegría ética" (de donde se inspira este artículo) en el I Congreso Internacional del Programa contra el acoso escolar TEI. Mi intervención será a las 17:00 h. desde el Paraninfo de la Magdalena de Santander. Se podrá ver en streaming inscribiéndose gratuitamente aquí antes de mañana miércoles 5.


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viernes, octubre 03, 2014

Día Mundial de la Sonrisa



Sonrisa. Óleo de Cristina Blanch, 2002
Como primer viernes de octubre, hoy es el Día Mundial de la Sonrisa. Todavía recuerdo una antológica portada de una revista de Psicología. En ella figuraban dos ilustrativas fotos. En la de la izquierda aparecía un nutrido grupo de niños en el patio del colegio a la hora del recreo. Todo transparentaba abundante algarabía, movimiento, bullicio, risas. En la foto de la derecha se mostraba un atiborrado vagón de metro con gente camino del trabajo. Todo eran rostros adustos, plúmbeos, abatidos, la desolación acunándose en lo elocuente de sus rasgos. El titular de la portada era brillante: «¿Qué ha pasado para llegar hasta aquí?». Auténticamente genial. La sonrisa es una opinión del alma cuando el alma se toma en serio las cosas serias, pero desinfla de gravedad todo lo demás. No es que sea un paréntesis abierto en mitad de la aciaga existencia, es que desautoriza que la existencia sea algo aciago, aunque sin caer ni en el patetismo ni en el ridículo melífluo de releer la vida como un algodón de azúcar.

El ser humano a medida que va cumpliendo años deja escalonadamente de reír y sonreír. Los niños se ríen infinidad de veces al día, los adultos infinidad de veces ningún día. Cuando las sonrisas se acumulan y decoran la fisonomía con frecuencia se convierten en buen humor, uno de los principios constituyentes para encarar cualquier proyecto mancomunado. Desafortunadamente muchos no lo saben, pero una sonrisa es una alfombra roja que se tiende al otro para que pase sabiéndose invitado y agasajado. Nada nos imanta a los demás con tanta intensidad como el magnetismo milagroso de una sonrisa. En un mundo cada vez más ansiógeno y depresivo, todas las encuestas sobre relaciones humanas señalan que uno de los valores que siempre alcanzan el podio es que nos hagan reír, descorchar una sonrisa, pasar un buen rato. Existe un proverbio japonés que alaba esa conducta aunque pragmáticamente la orienta a la pedagogía comercial: «Si no sabes sonreír, no se te ocurra poner una tienda». Me atrevo a versionar el proverbio y reconducirlo hacia cualquier interacción. «Si no sabes sonreír, siempre tendrás a varios kilómetros a todo el que esté a tu lado».