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martes, octubre 13, 2020

Tratar al otro como una persona equivalente a la nuestra

Obra de Jarek Puczel
El afecto es el rasgo distintivo más radicalmente humano. Tenemos afectos porque poseemos afectabilidad, la capacidad de que las cosas nos impacten y afecten. La ordenación valorativa de esa afectabilidad se traduce en afectividad, un entramado emocional, sentimental y cognitivo en el que depositamos todo aquello que concursa en la transitoriedad de nuestra instalación en el mundo. En singular, el afecto es ese hilo invisible que nos anuda al otro a través de una irradiación de conectividad y afinidad. Adam Smith postulaba que «aspiramos a que nos observen, se ocupen de nosotros, nos presten atención con simpatía, satisfacción y aprobación. Que nos tomen en consideración es la esperanza más amable y a la vez el deseo más ardiente de la naturaleza humana». Cuando alguien nos trata con afecto percibimos el valor que ostentamos como la subjetividad incanjeable que somos. El afecto nos surte del sentimiento de la compasión, un prodigio insuficientemente valorado de tecnología sentimental que consigue que hagamos nuestro el dolor y la alegría del otro, y a la inversa, que el otro hospede en su interior nuestro dolor y nuestra alegría sintiéndolos como suyos. Esta tecnología nos delata como semejantes, y es crucial para la proeza que quiero explicar a continuación.
 
Ocurre que el afecto emerge con la persona próxima, pero encuentra serios obstáculos para emerger con la persona distal. La deforestación del afecto es directamente proporcional a la lejanía de las personas, o a la opacidad, prejuicios e ignorancia con la que leemos sus vidas en nuestros imaginarios. Esta lejanía (verbal, afectiva, epistémica, sentimental, geográfica) nos hace sentir diferentes, y cuando más diferentes nos sentimos más indiferentemente nos comportamos. Se pueden echar raíces afectivas con quien se comparte el remolino de lo cotidiano, las infinitesimales cosas que hacen que la vida sea una feliz antología de lo inesperado, la tangibilidad de lo que es relevante y valioso para nosotros en el despliegue del día a día, pero es complicado que ese mismo afecto brote con esa misma intensidad ante alguien al que apenas conocemos, se presente como un jeroglífico indescifrable para nuestros ojos, o directamente sea una abstracción numérica o verbal. Es en este punto exacto donde tenemos que rotular el instante en que la inteligencia logra el más difícil todavía, la acrobacia más increíble que ha permitido saltar de la hominización a la humanización, que el ser humano como instancia biológica se pueda aproximar al ser humano como categoría ética. Donde no llega el sentimiento, sí puede llegar la virtud, el valor vivido en acto, el comportamiento que consideramos excelente y plausible para fortalecer nuestra condición de existencias cosidas a otras existencias. La conducta más apropiada para hacer de la convivencia un destino apetecible en el que se plenifica nuestra autonomía y se fijen condiciones de emancipación y mejora para todos. 
 
El sentimiento bien racionalizado se convierte en conducta que allana el trato y por tanto las interacciones. Para este cometido disponemos de las palabras, que además de construir mundo se encargan de la gobernabilidad de los afectos, y de nuestros actos, que no dejan de ser cristalizaciones del obrar inspiradas por nuestro universo empalabrado. Con el lejano quizá no sintamos el afecto que sí percibimos vívidamente con el cercano, pero podemos conducirnos virtuosamente con él porque es un semejante a nosotros. El fin último de la ética no es otro que lograr que el animal humano se convenza a sí mismo de que no hay nada más loable que actuar virtuosamente con todos aquellos con quien comparte la humanidad. El prójimo (proximus, más cercano) lo es porque, a pesar de poder hallarse localizadamente lejos, o habitarse en cosmovisiones disímiles, junto a él compartimos la aventura recíproca de civilizarnos. En el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos aparece la feliz expresión la familia humana, la afiliación que se supraordina a toda la gigantesca pluralidad de afiliaciones existentes. Se alza sobre todas las demás porque la Declaración admite que todo ser humano es portador de dignidad por el hecho de ser un ser humano. Tratar al otro como a un igual que nosotros (en las interacciones caseras, en las grandes zonas interseccionales en las que se cruzan los devenires biográficos, en las decisiones políticas) es haber logrado transformar el afecto en conducta virtuosa. Tratarnos afectuosamente sin necesidad de que intermedie el afecto. Pocas construcciones celebran mejor la belleza de la inteligencia. 

 


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jueves, septiembre 10, 2020

Conferencias presenciales el martes 15 y jueves 17 de septiembre de 2020

Hola a todas y todos los que tenéis la amabilidad de estar al tanto de este Espacio Suma NO Cero. El nuevo curso arranca con dos inminentes conferencias presenciales (habrá una tercera online de la que informaré en breve) programadas por la Concejalía de Igualdad del Ayuntamiento de Tomares (Sevilla).  La primera de ellas se titula La invención de los buenos sentimientos. Los sentimientos son sistemas de evaluación de todo lo que nos afecta (somos seres con la capacidad de la afectabilidad) y en función del resultado de ese proceso informativo y evaluativo se generan los diferentes afectos y las distintas predisposiciones comportamentales tanto con nosotros mismos como con los demás. La neurología nos dice cómo sentimos, y nuestra reflexividad nos puede ayudar a discernir qué sería bueno sentir para que la experiencia de la vida en común sea lo más amable posible. Este será el tema que trataré en mi intervención del próximo martes 15 de septiembre.

En la segunda conferencia abordaré el tema de la violencia. Creemos erróneamente que lo contrario de la violencia es el empleo de la palabra, pero no es cierto, o no al menos exactamente así. Hay palabras cargadas de una letalidad terrorífica que solo con proferirlas pueden provocar un daño atroz o la disolución identitaria de una persona en cuestión de segundos. Lo contrario de la violencia no es la palabra, es la convivencia. La experiencia compartida de la convivencia se nutre de un haz de palabras con rasgos distintivos muy singulares. En El triunfo de la inteligencia sobre la fuerza dediqué un capítulo a explicar qué palabras y qué estructuras comunicativas necesitamos para que esa convivencia sea considerada y respetuosa, para que la violencia sea expurgada de los procedimientos para coordinarnos con los otros en el tejido colectivo. Esta será la idea nuclear de mi segunda intervención, la del jueves 17 de septiembre. En el cartel está toda la información (hora, emplazamiento, día). Para asistir basta con apuntarse en el email igualdad@tomares.es  La actividad se realizará atendiendo a las medidas de seguridad tomadas por las autoridades sanitarias en relación con la pandemia del coronavirus. El aforo es limitado. Estáis invitadas e invitados. Será un placer desdigitalizarnos y encontrarnos al otro lado de este mundo pantallizado. Un abrazo.

 

 

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