jueves, mayo 26, 2016

¿De qué estamos hechos los seres humanos?



Obra de Borja Buces Renard
Ayer di mi última clase en el Especialista de Mediación de la universidad Pablo de Olavide. Aunque aparentemente no tenía nada que ver con el tema que acabábamos de abordar, los dos últimos minutos compartí con los alumnos algo que a mí me ha llevado unos veinte años poder inferirlo, entenderlo y sentirlo. Con mucha diferencia era lo más nuclear de todo lo que les he contado en los diferentes encuentros que he mantenido con ellos estos meses. Lancé una pregunta: ¿Sabéis de qué estamos hechos los seres humanos, cuál es nuestro auténtico sello distintivo? Para responder a mi propia interrogación recordé una anécdota que cuenta Zygmunt Bauman en uno de sus ensayos, Vivir con extranjeros, y que yo he recogido en las páginas finales del ensayo La capital del mundo es nosotros (ver). En su época de estudiante de filosofía, Bauman tuvo un profesor de antropología que en medio de una de sus clases les relató algo que marcó de por vida al nonagenario sociólogo. El antropólogo les contó que gracias al descubrimiento de un esqueleto fósil que tenía la pierna rota se pudieron fechar los albores de la agrupación humana. Las investigaciones aportaron una información inaudita, un hallazgo tremendo que dejó a todos los estudiosos perplejos. Aquel esqueleto había cumplido los treinta años cuando murió, pero llevaba con la pierna rota desde que era un niño. Esta singularidad ayudaba a deducir que se trataba de un grupo de humanos, porque en un rebaño de animales esta circunstancia hubiera sido del todo imposible. Cuidar al inválido, al desvalido, al que no puede valerse por sí mismo, es una cualidad del ser humano, que percibe en la vulnerabilidad y fragilidad del otro la suya propia.

En esos dos últimos minutos de mi última clase de este curso expliqué que el afecto es lo más radicalmente humano. El afecto es lo que me une al otro y me surte del sentimiento de la compasión, un prodigio insuficientemente valorado de tecnología sentimental que consigue que haga mío el dolor y la alegría del otro, y a la inversa, que el otro hospede en su interior mi dolor y mi alegría sintiéndolos como propios. Ocurre que el afecto emerge con la persona próxima, pero encuentra serios obstáculos para emerger con la persona lejana. Puedo acumular afecto con quien comparto el remolino de lo cotidiano, las infinitesimales cosas que hacen que la vida sea una feliz antología de lo inesperado, la tangibilidad de lo que es importante para mí, pero es complicado que ese mismo afecto brote con esa intensidad ante alguien al que apenas conozco, o directamente es un jeroglífico indescifrable para mis ojos. Y es en este hermoso punto donde tenemos que rotular el instante en que la inteligencia logra el más difícil todavía, la acrobacia más increíble que ha permitido que el ser humano se desvincule de la jurisdicción de la selva y acceda a la lógica que nos hace partícipes del proyecto humano. 

Donde no llega el sentimiento, sí puede llegar la virtud, el comportamiento que consideramos plausible para fortalecer nuestra condición de existencias anudadas a otras existencias y convertir la convivencia en un destino apetecible en el que se plenifica nuestra autonomía. El sentimiento bien racionalizado se convierte en buena conducta. Con el lejano quizá no sintamos el afecto que sí percibimos vívidamente con el cercano, pero podemos y debemos conducirnos virtuosamente con él porque es un semejante a nosotros. A pesar de toda la bibliografía y de todo el hacinamiento de ideas confusas que suelen convocar los tratados morales, el fin último de la ética no es otro que lograr que el ser humano se convenza a sí mismo de que no hay nada más loable que actuar virtuosamente con todos aquellos con quien comparte la humanidad. El prójimo (proximus, más cercano) lo es porque a pesar de poder hallarse lejos junto a él compartimos la aventura recíproca de civilizarnos y humanizarnos. Tratar al otro como a un igual que yo es haber logrado transformar el afecto en conducta virtuosa. No hay construcción que celebre mejor la belleza de la inteligencia. Todo lo demás es una nota a pie de página.




Artículos relacionados: