jueves, agosto 14, 2014

Las percepciones



Georgia O'keeffe. Wave night, 1928
La abundante bibliografía del conflicto señala que uno de los motivos centrales por el que las desavenencias se cronifican no se debe a que los actores posean percepciones distintas de lo ocurrido, sino más bien a que cada uno de ellos trata de deslegitimar la diferente percepción del otro. Aunque resulte una ironia, la percepción es un larguísimo proceso que finaliza enseguida. Otorgamos un significado a la información que recibimos o a los acontecimientos que nos envuelven para poder contextualizarlos y saber rápidamente a qué atenernos. Huelga añadir aquí que lo que más le incomoda a nuestro cerebro es la inquietante presencia de la incertidumbre, así que de manera impulsiva trata de permutar lo incierto en inmediata certeza. La construcción de la percepción no varía mucho de unas personas a otras, lo que sí es sustancialmente distinto es el contenido. Un mismo hecho se puede percibir o releer de muchas maneras en tanto que en esa organización de datos e información intervienen en red muchos constructos de cariz estrictamente personal. 

De modo simultáneo y enredándose en una apretada maraña entran en escena los juicios de valor (evaluación de personas, hechos e ideas desde nuestro código de conducta y nuestros ángulos de observación morales), la estratificación de valores (aquello que es importante para nosotros y que no necesariamente lo es para otros), los prejuicios (y su propensión a aceptar como únicamente válida la información que corrobora nuestras creencias), las suposiciones (contenidos con los que rellamos vacíos informativos), los sesgos (inclinación a procesar la información de una determinada manera), el bagaje existencial (cotejamos los nuevos acontecimientos con los resultados obtenidos en parecidas situaciones a lo largo de nuestra biografía), la educación sentimental (nuestros sentimientos son el resultado de la omnipresente evaluación que el intelecto hace de la incursión de nuestros deseos en la realidad), las fluctuaciones de nuestro estado de ánimo (que tiende al análisis laxo cuando es elevado y a un exceso de inquisición cuando es bajo), la economía cognitiva (empaquetamos de un modo económico la información enfatizando la velocidad de absorción y un bajo coste cognitivo en la operación). El ensamblaje de todos estos elementos levanta la gigantesca arquitectura de nuestra percepción sobre la eventualidad más diminuta. Si el acervo popular afirma que la cara es el espejo del alma, la percepción que tenemos de las cosas es el escaparate de nuestra subjetividad. Kant lo sintetizó con la lacónica y luminosa expresión «vemos lo que somos». Asumir esta realidad puede ayudar a entender muchos aspectos, pero sobre todo a convivir con el más habitual en la emergencia de un conflicto. Que las dos partes enfrentadas tengan razón y no halla ninguna contradicción en ello.