miércoles, mayo 07, 2014

Los ojos que nos miran


Miradas, del Ernest Descals
El experto en cooperación Martin Nowak defiende que las personas somos mucho más generosas si notamos que nos miran. Podemos agregar que indefectiblemente es así, incluso aunque no nos miren. Basta con creer que una mirada nos está observando para incrementar los niveles de ética en nuestro comportamiento. Cuando creemos que los ojos de los demás se posan en nosotros y nos someten a escrutinio nuestra conducta mejora. De repente los ojos del otro son un eficaz mecanismo de frenado, una invisible barrera protectora que se levanta delante de nosotros para impedir que nos precipitemos a una acción en la quizá se anhela pasajeramente conculcar una norma y extraer de ella el beneficio instantáneo que supone que todos los demás sí la respeten. Los ojos de esa alteridad que nos ha introducido en su entorno visual nos usurpan el siempre resbaladizo anonimato, nos corporeizan y nos personalizan, nos hacen tomar conciencia de las fronteras de nuestro yo, nos imputan la titularidad de lo que estamos llevando a cabo. La presencia del otro me impide ser nadie.

En ese libro repleto de consejos que es El arte de la prudencia, Baltasar Gracián prescribía una conducta insuperable para que lo mejor de nosotros solidificara en nuestros actos: «Actúa como si te estuviera observando todo el mundo». El motivo era sencillo. Tendemos a salvaguardar nuestra coherencia, ajustarnos a las expectativas de los demás y  buscar su aprobación o rehuir su desaprobación para mantener incólume nuestra reputación. Muchos se niegan a aceptarlo, pero nos convertimos en la persona que somos  gracias a la participación directa e indirecta de los demás. También hay una relectura negativa de los ojos de los demás, esa mirada fiscalizadora que empuja a que yo modifique mi forma de actuar. Sartre lo resumió muy bien: «el infierno son los otros». Los demás se convierten en el tártaro porque al acceder a mi perímetro visual me dotan de ética, convierten mi conducta en materia evaluable. A mí me gusta corregir esta idea de Sartre porque la forma de expresarla puede conducir a muchos equívocos, a pesar de que sé que su reflexión central es irrefutable. El infierno no son los otros, el infierno es una vida en la que no hay otros.



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