lunes, agosto 11, 2014

La economía cognitiva

La economía cognitiva es la propensión natural de las personas a procesar del modo más económico posible la información que recibimos. Este empaquetamiento rápido y poco costoso no discrimina el tipo de información. Puede ser visual, verbal, gestual, corporal, auditiva, etcétera. En la mayoría de ocasiones no disponemos de toda la información necesaria para que las piezas del relato se ensamblen con la congruencia que exigimos a toda narración y entonces nos lanzamos a ficcionar a través de la interpretación. Interpretamos para suplir vacíos de información y tendemos a hacerlo en la dirección que más ahorro energético nos provoque y mejor case con nuestra manera de asir la realidad. Como vemos en función de lo que sabemos, sabemos en función de la persona que somos (cuyo sumatorio está compuesto por nuestro sistema de creencias, nuestras experiencias, nuestras expectativas, nuestra estratificación de valores), y somos según entendemos el mundo, esta triada circular y retroalimentada hace que nuestros ojos reduzcan el horizonte a nuestro acervo cognitivo. De aquí se deriva, por ejemplo, la importancia que le damos a la primera impresión (que luego cuesta mucho desestimar porque supone admitir que hemos errado), a los roles sociales (que reducen la cuota de incertidumbre de manera inmediata al otorgar características y etiquetas de todo tipo a una persona sólo por conocer su estatus), la poderosa inercia de los prejuicios (que facilitan información sin contrastar pero que nos cobijan de la intemperie de no saber a qué atenernos), el rumor (que no verifica nada pero que combate la carestía de datos), los tópicos y los heurísticos (atajos mentales que adolecen de falta de argumentación pero que conducen al calor hogareño de lo fácil e inmediato). Nos encanta dirigir la información a lo previsible. Recolectar indicios. Estrechar la participación de la incertidumbre en nuestras vidas y en nuestro derredor. Festejar la afirmación. Buscar la certeza que tranquiliza.



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