lunes, abril 28, 2014

¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?

¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? ¿El enriquecimiento codicioso de una minoría selecta constituye la mejor vía para el bienestar de todos? ¿Actuar de un modo egoísta ayuda a los demás? El gran Zygmunt Bauman contesta estas preguntas en su último ensayo (Paidós, 2014). Su tesis es muy clara y ya la ha esgrimido salpicadamente en toda su obra. Existen unas estructuras económicas que permiten el enriquecimiento vergonzante de una élite muy minoritaria (las diez personas más ricas del planeta atesoran la misma riqueza que los 2500 millones de personas más pobres, por poner un ejemplo). Esas estructuras perpetúan una desigualdad que convierte la vida en una selva, pero además subrepticiamente nos empujan a pensar la realidad «con» ellas, en vez de pensar «en» ellas.

Hemos convertido la vida en un juego de suma cero en el que las personas abandonamos esta noble condición y adquirimos la de encarnizados rivales en una competición donde la única consigna es sálvese quien pueda (para encontrar trabajo y sostener a cualquier precio la supervivencia y no caer en el autoinculpado bando de los pobres severos o de los excluidos). Según Bauman (y es el momento más luminoso del ensayo), hemos trasladado patéticamente el modelo de relación sujeto-objeto a las interacciones entre los seres humanos para perpetuar esos postulados económicos cuyo único objetivo es optimizar el lucro de una minoría a costa de todo lo demás. Para mantener incólume ese fin con el que medran unos pocos se han promocionado acríticamente axiomas que nos han hecho cosificar al otro para competir con él en vez de edificar una convivencia basada en la cooperación y sus grandes aliados: la confianza, la reciprocidad, la empatía, el amor, la amistad, la generosidad, la degustación del otro, la certeza de que la persona que tengo a mi lado es equivalente a la mía y la necesito para completarme y ser feliz. Todos estos valores son un estorbo para el credo económico que rige a machamartillo nuestras vidas. Surge la sangrante paradoja: lo que consideramos esencial para ser persona es irrelevante para la lógica económica, que sin embargo tenemos que acatar para poder vivir. Vivir de este modo es un atentado contra la propia vida. Sí, no queda más remedio que aceptar que este mundo es un mundo desquiciado. Por eso hay que intentar refutarlo. Y como concluye Bauman: «intentarlo una y otra vez y cada vez con más fuerza».